MARIUS SCARLAT




Florece cementerio
Pasos hacia Dios
Vasilica
El muro
2006
Marin
Biba
Los muertos vienen a comer
Gigi
El lago
Platos, vasos y tenedores
Barbut
Vasos
Un gato ferral
Donde los perros no ladran
Retratos
Mi tio en el jardin






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Réquiem cotidiano
Text by Nerea Ubieto
Spanish


En Rumanía existe la creencia de que las personas moribundas deben fallecer con una vela encendida para poder encontrar la luz. La abuela de Marius Ionut Scarlat buscó desesperadamente una candela el día en que trasladaron de urgencia a su marido al hospital, pero murió antes de localizarla. Como una suerte de penitencia, la mujer ha pasado los últimos cinco años de su vida realizando diversas ofrendas para asegurar la fortuna de su esposo en el más allá. La religión ortodoxa que profesa está llena de rituales y tradiciones a través de los cuales convive a diario con su propia muerte y la de otros. Desde que tiene uso de razón, al igual que otras muchas mujeres de su pueblo, ha ido recopilando en una caja todos los objetos que utilizará en su funeral. A menudo enseña a su nieto los accesorios con orgullo, sacándolos uno a uno, como su más preciado tesoro. Debido a la migración de parte de su familia a España, la inquietud por quién se encargará de su entierro, así como de todas las acciones previas y posteriores al mismo, ha ido creciendo de un tiempo a esta parte. Los quehaceres son interminables, antes de morir tiene que dejar preparado el atuendo completo que vestirá en su funeral, escoger la imagen de un santo que la acompañe, tomarse la fotografía que aparecerá en la cruz de su tumba, etc. Por otro lado, alguien se tendrá que ocupar de adquirir una habitación integra para que esté cómoda en la otra vida: armario, mesa, silla, cama, toallas, barreño...y regalarlo como ofrenda a un familiar o vecino cercano. Así lo hizo ella misma cuando murió su esposo, realizando está donación a su consuegra. Desde entonces, su imagen descansa junto a la de su marido en el cementerio, porque cuando un cónyuge fallece, el retrato del otro le acompaña en el sepulcro. De alguna manera, ella lleva años muerta.

La intranquilidad de su abuela es el germen del presente trabajo: Marius I.Scarlat lo inicia para liberarla y aliviar su angustia. Desea que esté tranquila y descanse en paz. Con este objetivo investiga todos los protocolos litúrgicos pertinentes y comienza a fotografiar los elementos acumulados por su antecesora a modo de documento exhaustivo que patentiza su abnegación. Pasa a su lado muchas horas, siguiéndola en sus actividades habituales, haciéndole preguntas, pidiéndole que pose, que le enseñe cosas; jugando juntos, en definitiva. Lo que comienza siendo un ejercicio personal centrado en su abuela, pronto se convierte en un proyecto de mayor alcance sobre la relación que establecen los rumanos con la muerte a través de la religión. Marius amplía su foco de interés fotografiando otros objetos, ritos y lugares: los enseres de las vecinas del pueblo, iglesias de alrededor, las flores que las familias plantan en el cementerio mostrándolas de manera descontextualizada o los vestigios de las celebraciones anuales dedicadas a los muertos. Hay al menos cuatro conmemoraciones anuales denominadas abuelos de verano, de invierno, de primavera y otoño. En cada evento los creyentes hacen entrega a los vecinos y allegados, puerta a puerta, de una bandeja con comida que incluye todo el menaje como obsequio dedicado a sus difuntos. Marius ha retratado individualmente los vasos, platos y cubiertos que su abuela ha guardado durante años en cajas y también el proceso de vaciado de la cocina durante el día de la celebración en el que ella va consumiendo y recogiendo los alimentos recibidos. «Es como si los muertos se lo comiesen», apunta el artista.

En realidad, a Scarlat siempre le ha interesado fotografiar la cultura y las costumbres de su pueblo, Fulga de Jos, donde pasó su infancia hasta los 11 años. Allí la muerte esta inserta en la cotidianidad, lo normal es visitar el cementerio a diario ‒casi tanto como el parque‒, hablar con los muertos, darles de comer y pensar en ellos continuamente. Desde que emigró a España con sus padres ha vuelto cada verano, retratando a sus familiares y amigos de forma casi compulsiva. Al principio lo hacía para disfrutar del tiempo con ellos y poder llevárselos de vuelta a casa, aunque fuese en imágenes. Ahora, pasa temporadas más largas y se ha convertido en un proyecto vital, en una forma de enfrentarse a los conflictos y tensiones que surgen de conocer dos realidades tan diferentes.

El talento natural de Marius para la fotografía destaca ya en las capturas tomadas a muy temprana edad. Tiene una mirada inquieta y rápida que genera composiciones maestras sin apenas esfuerzo. Sus instantáneas son frescas, íntimas y, sobre todo, honestas. Cautivan desde el primer momento porque detectamos las dosis de autenticidad latentes en cada gesto y mirada: no hay artificios ni dobleces, solo presencia. La soltura en las poses son fruto de los cientos de horas en las que Marius se ha relacionado con sus modelos espontáneos. Están acostumbrados a verle detrás de la cámara, tanto, que por momentos se olvidan de que está siempre en funcionamiento.  Las escenas muestran la vida sencilla de los habitantes, sus labores diarias y ceremonias, el trabajo en el campo, los animales, los jóvenes divirtiéndose que podrían haber sido él…

Muchos conocidos del pueblo piden a Marius que les haga el retrato que pondrán en su cruz el día que les llegue la hora. El autor descubre la desidia y la pesadumbre en sus rostros, un sentimiento de permanecer sin una voluntad explícita, aguantando la existencia hasta que se consuma. En el cuento rumano que inspira el título, el protagonista ‒hijo del emperador‒ se resiste a nacer porque no quiere enfrentarse a los aspectos negativos de la vida. Su padre, desesperado, comienza a prometerle todos los bienes del mundo, pero solo hasta que le jura una juventud sin vejez y una vida sin muerte, la criatura permite a su madre darle a luz. ¿Cuántas personas tomarían la decisión de no nacer si les dieran a elegir? ¿es posible experimentar una buena vida con la proyección de la muerte acechando en todo momento? ¿por qué se perpetúan ritos que promueven el miedo y la culpa en el individuo? ¿cómo cambiarían ciertas vidas sin la carga de la superstición y las obligaciones litúrgicas? Son solo algunas preguntas que resuenan en nuestra mente al contemplar las imágenes.

La obra clave del proyecto se formaliza en un fotolibro que mezcla las fotografías más recientes de registros de objetos y rituales con aquellas acumuladas desde que el artista era un niño. Marius Ionut Scarlat hace una magnífica radiografía crítica de la sociedad rumana poniendo en cuestión los pilares religiosos en los que se fundamenta. El trabajo aúna con libertad y virtuosismo las dos caras de una misma moneda expresadas en la cotidianidad de Fulga de Jos: realidad y ficción, costumbres y magia, amor y amargura, felicidad y miedo. Vida y muerte.