MARIUS SCARLAT




Florece cementerio
Pasos hacia Dios
Vasilica
El muro
2006
Marin
Biba
Los muertos vienen a comer
Gigi
El lago
Platos, vasos y tenedores
Barbut
Vasos
Un gato ferral
Donde los perros no ladran
Retratos
Mi tio en el jardin






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Tres dias, ocho dias, cuarenta dias
Text by Bea Espejo
Spanish

Los ortodoxos, religión que profesa la mayoría de los rumanos, tienen también celebraciones en honor a los difuntos, aunque no coincidan con el 1 de noviembre. Sus celebraciones se prolongan durante los siete sábados previos a la Pascua, en periodo de Cuaresma. En estos sábados se comparte un pastel de trigo y un vaso de vino. Para ellos, el trigo simboliza la vida. La celebración de la honra del difunto se expande, además, a otras dos citas, en primavera y en otoño. Además de una comida especial en su memoria, tras fallecer, se celebran misas al cabo de tres días, ocho días, cuarenta días, seis meses y, pasado ese tiempo, una vez al año hasta cumplirse seis. Ese rito se llama Panikhidi y se acompaña de Salmos, oraciones e himnos a fin de que el fallecido se presente ante un dios en forma de juez. Las costumbres tienen que ver con viejas tradiciones y mucho de superstición. Cuando una persona ha dado ya su último aliento, un familiar cercano procede a lavarlo con cuidado, rociarlo con agua bendita y vestirlo con ropa limpia, a ser posible recién comprada para la ocasión. A continuación, se le ata la mandíbula, las manos y los pies. Nadie en el funeral debe estrenar zapatos salvo el difunto que, si son mujeres, jamás deben vestirse de negro para evitar que regresen del más allá y embrujen las estancias de la casa. En ocasiones, como hacían los antiguos griegos, se colocan unas monedas en las manos del difunto para pagar “las aduanas” por las que transitará y sobre el pecho hay un icono o una cruz que sostienen sus propias manos. Antes de depositar el cuerpo dentro del ataúd, existe la costumbre de rodearlo tres veces con un recipiente con incienso para, según se dice, alejar los malos espíritus. Una vez en la caja, algunas familias colocan un espejo, un peine, una aguja u otros objetos de ajuar, cosa que el difunto pudiera necesitar en dicha travesía. Antiguamente, se decía que si un gato pasaba bajo el ataúd, era necesario clavar un cuchillo en el corazón del fallecido para impedir que se convirtiese en un no muerto. Youth Without Age and Life Without Death es un proyecto que habla de la relación de los rumanos con la muerte a través de la religión, especialmente de Vasilica, abuela de Marius Ionut Scalat (Mizil, Rumanía, 1993). A sus 85 años, prepara con esmero ese día en que dejará esta vida como un rito de paso, como quien prepara un ajuar. Lo guarda todo en unas caja de dote, lugares llenos de secretos que evocan recuerdos de antaño. Pienso sin apenas distancias en Sophie Calle y su Dead End, una tumba para guardar secretos que se presenta como una instalación permanente en el Château La Coste de la Provenza, en Francia. No es la primera vez que la artista trabaja sobre la muerte. En 1990 realizó la serie Las Tumbas, compuesta por imágenes de lápidas a escala 1:1 inscrita con nombres genéricos, como padre o madre, apuntando simbólicamente a nuestras relaciones familiares y afectivas, además de constatar la presencia, y al mismo tiempo la ausencia, del referente, instando a una reflexión sobre la memoria y la pérdida a través del lenguaje. Eso mismo hace Marius Ionut Scalat con este proyecto. El artista plantea una reflexión sobre cómo manejamos las emociones en torno a la muerte, tanto en público como en privado. Como fotógrafo documental, siempre le ha interesado trabajar con su familia de Rumanía. Dice que tras marcharse en 2005, con 11 años y haber pasado 15 más fuera, su relación es distinta. Justo en esa tensión surgida a raíz de su traslado a España se instala todo su trabajo. En los últimos treinta años han sido muchos los artistas que han realizado obras a partir de las imágenes de familiares o de la intimidad, mayormente desde el punto de vista referencial. Esas narrativas domésticas más allá del álbum familiar adquieren en manos del artista nuevos matices y significados. Cada una de sus fotografías retrata la naturaleza psico biológica de las conexiones y muchos de los conflictos internos que el artista tiene con la religión y la muerte. El detonante de esta serie de obras fue otro proyecto, Donde los perros no ladran, que recogía el problema de su tío con el alcohol y los intentos de su abuela por sanarlo con la magia. Desde que Marius Ionut Scalat se instala en España y la distancia física crece, la preocupación de su abuela por la muerte también se multiplica. Se refugia en sus objetos. Una taza, una cuchara, una chaqueta. Una figura de porcelana y una anunciación. Un vaso para el agua. Un pañuelo y unas velas. Una lista de nombres. La experiencia del ser a quien se percibe vivo y que, en un momento determinado deja de manifestarse como tal para pasar a la quietud definitiva impresiona al artista cada vez que vuelve a casa. Lo hace también al hombre desde los primeros destellos de su razón. Algo finaliza: un ciclo se cierra. Por otra parte, la periódica renovación de la naturaleza, el rebrotar de la vegetación en primavera, sugiere las primeras nociones de regeneración, concibiendo el hecho de la muerte como uno más en la constante universal del eterno retorno. Todo es ambivalente ahí. También en esas fotografías que son una terminación pero también un comienzo.